Cuando el río suena agua lleva
Virginia López
Mi estado natural es acuoso, o mejor, mi relación poética con el mundo está hecha de agua. Como diría Gastón Bachelard mi temperamento onírico, mis estados de ensimismamiento y lucidez están hechos de esta materia. Cada uno tiene que tener una fidelidad poética y reconocer en su interior la materia o elemento natural (agua, tierra, fuego, aire) que hace de caja de resonancia con el mundo, a través del cual la imaginación material se transforma en imaginación formal y creación (poética). La materia es el inconsciente de la forma. Mi elemento, mi materia, es el agua.
En el 2016, Habitantes Paisajistas se hizo en torno al agua y comencé hablando de la poética de las aguas. Cuando Juanjo Palacios propuso el tema del agua para el Mapa Sonoru de este año, me alegró, pero hasta hoy, no había enviado ninguna grabación. La razón creo que fue, entre otras, que el tipo de aguas que despiertan mi imaginación natural no se dejan fonografiar fácilmente: son las aguas silenciosas, densas, verdes, profundas.
Hay aguas que brotan alegres, primaverales, claras, ríos, cascadas, fuentes, sublimes con olor a mar y marejadas, aguas vivaces, enérgicas. Pero ¿cómo suenan las aguas silenciosas depósito de nuestras memorias? Parece que incluso con hidrófonos, es necesario un cierto ímpetu en las aguas, cierto movimiento y energía. Necesitan aguas activas, rumorosas. ¿Qué tipo de instrumentos o tecnologías podrían hacer audibles esas aguas de mis rèveries? Esas aguas casi mudas, suspendidas, la sensación de inmersión acuosa profunda y densa. ¿Cómo representar el silencio a través de la fonografía? O a través del sonido?
Otra cuestión que se abría respondía a la representación a través del sonido de la cualidad de las aguas. Dice el refrán que cuando el río suena agua lleva, pero hoy, además del problema cuantitativo (más audible y registrable), hay un gran problema cualitativo. Junto a casa pasa un riachuelo y durante el invierno, cuando aumenta su caudal, pasando entre piedras y frondas, suena constante y delicadamente. He grabado su sonido para la instalación Reverie vicino alle acque. Lo que no se percibe a través del registro sonoro es la espuma producida por tensioactivos, el olor a hidrocarburos. Quizás habría tenido que estar aquí hace 20 años, cuando, según me cuentan mis vecinos, el arroyo estaba habitado por cangrejos de río, peces y un concierto de ranas acompañaba el correr pausado de sus aguas. Quizás esta diferencia en el paisaje sonoro del Arroyo de Veranes (arroyo de la Fuente del Noval), habría podido mostrar, en parte, la enfermedad letal de sus aguas.
Un nuevo problema surgía pensando en las diferentes grabaciones que había hecho en los alrededores de Veranes estos últimos tres años. Día gris, con chubascos. Paseo por los alrededores del embalse de san Andrés de los Tacones. Agua de lluvia, cae y suena en los charcos del camino, en la tierra, en las hojas, en el embalse. Condiciones perfectas para una buena grabación de aguas. Sin embargo, registrar estos sonidos, editarlos, limpiarlos, falsearían el paisaje sonoro de san Andrés y tampoco responderían a la percepción sentimental de ese paseo: la sensación de desasosiego y nostalgia, inquietud y algo de tristeza. Ensimismada por el volumen de agua ferma, detenida, me senté en las orillas del embalse, entre ramas caídas, zarzas y árboles que despuntaban de entre sus aguas. Todo estaba enmudecido por el sonido de la autopista y los hornos de Arcelor-Mittal. Sus aguas grises suenan a metal.
vlopez. enero 2017